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Noé Ortega (archivo personal)

Entrevista

9 Mar 2022

Noé Ortega, poeta

«Conocemos el paraíso perdido a través de la cartografía de las cicatrices que nos alejan de él»

Esther Peñas / Madrid

Los durmientes sin sueño (A la sombra de los días, Santander, 2020) es un boscoso entramado de esencias, concavidades que conducen a un lado otro húmedo, pleno, en el que el deseo y la vida se confunden y se espolean. Por entre la muerte, el dolor, el zarpazo, su autor, Noé Ortega (Madrid, 1984), miembro del Grupo Surrealista de Madrid, abre el territorio del verbo, en el que la poesía no es un renglón sino experiencia primera del ser, donde preside, en última instancia, el amor.

¿Qué sienten los durmientes sin sueño?

Cuando están separados, una nostalgia inconsolable. Cuando están juntos, el más perfecto y delicioso abandono, ese «momento preciso en que, cediendo al vértigo del deseo, un ser consiente (…) en unirse en la fusión total de sí mismo en otro ser, formando así el lugar único y solemne para el desencadenamiento de todas las delicias» (Marianne van Hirtum, en Léxico sucinto del erotismo, Le désordre, Eric Losfeld, 1970).

¿Merece la pena dormir sin soñar, vivir sin soñar?

No es que merezca la pena, sino que lo contrario sería negarnos a nosotros mismos. Existir sin soñar es imposible. Soñar es una de las invariantes que nos vivifican y conforman como seres humanos. En su sentido más literal, el sueño es el ámbito privilegiado en que el mundo material es precisamente desvelado por la luz del inconsciente. En un sentido más figurado, soñar es anhelar, lo que en último término nutre la utopía. En ambos casos, se trata de una manifestación de la vida mental atravesada vertebralmente por el deseo, y prefigura su realización. Lejos de ser una actividad estática o incluso inmovilista, el sueño es uno de los elementos motrices que eslabonan deseo y acción. El sueño es una revelación que produce una revolución, en el sentido amplio de cambio irreversible y profundo.

He de aclarar, para quienes aún no conozcan el libro, que el sentido del término «sueño» tal y como lo empleo en el título del poemario tiene un significado aparentemente más prosaico que pronto se torna oscuro. Los durmientes sin sueño son aquellos que duermen sin sentir cansancio. Evidentemente, nos adentramos en el inmenso dominio de la muerte.

Además de la escritura de Dios, como nos mostró Borges, sabemos por ti que en la piel del jaguar también crecen las flores más blancas. ¿Qué aportan los animales totémicos a la poesía?

No lo sabría decir con certeza. Soy consciente de que todo un bestiario atraviesa las imágenes de mi escritura poética, pero desconozco por qué. La fascinación por los animales se remonta a mi infancia, cuando pasaba incontables horas viendo imágenes de fauna insólita que me suscitaba tanto asombro como temor. Allí comenzó a formarse una espontánea constelación de símbolos y secretos vínculos entre estos misteriosos seres vivos y mi propio imaginario, hasta el punto de que cuando emergen estos animales todo un entramado analógico interviene activamente en mí con su dinámica delirante, verdadera e implacable. Supongo que mi obsesión responde a una necesidad de lo salvaje.

Si «el secreto es/ escindir el silencio con la lengua», ¿cuál es la evidencia?

No deja ninguna evidencia. Es una ceremonia secreta.

¿Cómo se reconoce a un rostro «lavado por la llama»?

Se lo reconoce por su serenidad perturbadora. Se trata de un rito de paso, y como tal, de un acto purificador que borra todo rastro de la miseria del mundo y prepara al individuo para el encuentro con el misterio de sí mismo.

¿El «collar derramado por los bosques» nos muestra la salida o nos lleva al claro?

El collar es el claro. Me gusta pensar que el claro se forma allí donde aquella que ha sabido encontrarlo se lo ata por primera vez al cuello, lo que forma un vínculo indestructible entre el bosque y la zona de la piel donde brota el escalofrío.

No hay que olvidar que el claro del bosque es el lugar desde el que vemos el firmamento a través de los ojos de la Branca de neve de João César Monteiro, en los escasos instantes en que el filme interrumpe el negro en que inevitablemente transcurre en la mayoría de su metraje. Esta película, una de las referencias fundamentales que alimentan este poemario, remite a su vez a la Blancanieves de Robert Walser y a su signo terrible: «No pido más que estar muerta, muerta con una sonrisa. Lo estoy y lo estuve siempre. Nunca aguantaré el viento tórrido de la vida. Soy callada como nieve blanda al sol. Nieve soy, y con el cálido aliento de primavera, que no es mío, me derrito. Lenta fusión. ¡Tierra mía, acógeme en tu morada!».

Cuando «el dolor nos toca», ¿en qué se modifica nuestro modo de amar?

El dolor conlleva una pérdida de inocencia, una íntima herida en el núcleo mismo de nuestra vulnerabilidad. Conocemos el paraíso perdido a través de la cartografía de las cicatrices que nos alejan de él. Aun así, o precisamente por ello, seguimos amando, necesitamos amar. Porque «el amor es el único mito de pura exaltación que la humanidad ha conocido. El único que nace del corazón del deseo y apunta a su total satisfacción. El único grito de angustia capaz de metamorfosearse en canto de alegría», en palabras de Fernando Sampaio en el poemario Fernanda, verdadero canto de amor que impulsó el nacimiento de Los durmientes sin sueño.

Pero es justo reconocer que, desde la primera irrupción del dolor, se ama con una gravedad distinta, porque es el vuelo de la ligereza del espíritu el que se lastra por lo sufrido, igual que un fantasma arrastra el peso de sus sombras. Por eso termino el poemario formulando un deseo: «Así te quiero: sin que el dolor te haya tocado todavía». El deseo de restitución de la inocencia primordial para que los amantes descansen en el último y definitivo abrazo.

Es un poemario en el que preside la humedad (el agua, la nieve, el río, la saliva, la lluvia, los peces...). ¿En qué debe mojarse la palabra antes de ser escrita?

La palabra debe erotizarse, y para ello ha de dejarse fluir. Sólo después de haberse mojado en el manantial de lo real podrá precipitarse, como una estalactita. Una vez escrita, sería bello que la humedad deshiciera lentamente sus límites hasta disolver la escritura y volver a integrarla en su dominio.

¿Qué disposición de ánimo se requiere para recibir la experiencia poética?

Se requiere de la mayor apertura de espíritu, además una entrega incondicional a la experiencia sensible del mundo que movilice todo nuestro aparato afectivo y la dimensión inconsciente de nuestra actividad mental. No obstante, tal y como afirmo en el texto introductorio, la experiencia poética sucede siempre bajo el signo de lo inesperado, como un fogonazo. Todo lo que podemos hacer es cultivar la disposición a abismarse.

¿Hasta qué punto la materia del poema puede estar fuera del lenguaje? ¿Sin palabras que la nombren, puede haber experiencia?

En la más alta medida. La materia de la poesía se encuentra primordialmente en la experiencia poética, acontecimiento sensible mayor que alumbra la poesía. Dicha experiencia es fundadora, y por lo tanto transformadora, ya que ella obra la transformación a un estado del espíritu radicalmente nuevo. La experiencia poética es soberana. Excede el ámbito del lenguaje, ya que se produce en un estado que antecede a la palabra e incluso puede llegar a suspenderla. Se trata de lo que en el Grupo surrealista de Madrid hemos denominado «poesía por otros medios», enarbolando una apasionada y reiterada defensa de esta concepción mayor de la poesía. En este sentido, no puedo dejar de mantener una prudente desconfianza hacia quienes ensalzan desproporcionadamente la preponderancia del lenguaje sobre todo lo demás, porque desvían el interés de lo que debería ser fundamental: la experiencia, la vida, la poesía no mediatizada. Hecha esta aclaración de perspectiva, puedo decir que siento reverencia por la palabra poética, ya que posee un enorme poder. Es la alquimia que convierte lo no verbal en verbal. Pero la materia de la que surge está afuera.

¿Qué es aquello que desborda la realidad?

La realidad misma es desbordamiento. La experiencia poética, la emergencia de lo maravilloso, el azar objetivo, o el amor, son sólo algunos de los destellos que ponen en jaque la visión reductoramente racional del mundo, y nos desvelan que la realidad está repleta de inmensas galerías estrelladas en las que algún día festejaremos la verdadera vida que aún está por venir.

¿Cómo se baila «la canción de la saliva»?

Sin música y sin luz, en la quieta intimidad del subterráneo.