Compartir en redes sociales

Wittkop

Lecturas

11 Mar 2022

Cabaret Voltaire rescata su título más perturbador, El necrófilo

Wittkop, escritora de las tinieblas

Esther Peñas / Madrid

«Me gusta pensar que Hécate me mira con buenos ojos. La muerte me colma, incansable proveedora de mis placeres, y si en ocasiones son incompletos, es solo debido a mi propia debilidad». Así comienza una de las entradas del diario de Lucien N., un anticuario voluptuosamente mortuorio cuyas prácticas disolutas convergen en un adjetivo que da título a un libro sofisticado y complejo en su belleza, El necrófilo, que sin bien ya había sido publicado en España en 1995, en la colección La sonrisa vertical, ahora rescata Cabaret Voltaire en una nueva traducción e incluyendo un puñado de sugerentes collages de su autora, la cautivadora Gabrielle Wittkop (Nantes, 1920- Fráncfort del Meno, Alemania, 2002), cuya vida está impregnada de un decadentismo hipnótico y de quien se celebran los veinte años de su deceso.

Cabaret Voltaire ya publicó Cada día que pasa es un árbol que cae (título cuya mención ya aparece exacta en la narración de la misma autora, Serenísimo asesinato), otra historia en la que la maldad adquiere ropajes distinguidos a ritmo de aria. Pero hablamos de este insólito texto que resulta, a priori, imposible de concebir con la delicadeza con la que Wittkop lo describe. ¿Cómo hablar de esta práctica, la necrofilia, sin que resulte macabra, repulsiva, repugnante? Ella, esta escritora de las tinieblas, de los abismos de lo humano, es capaz de hacerlo, de susurrarnos el amor entendido de una manera radicalmente otra, de cautivarnos en su lectura hasta el final, de que entendamos el porqué de Lucien, de que lo acompañemos en sus disquisiciones. ¿Quién afirma, quién puede hacerlo, que no es amor, que no hay ternura y abismo al mismo tiempo en cada encuentro del protagonista? «El olor de los muertos es el del retorno al cosmos, el de la sublime alquimia».

Uno de los collages de WittkopAlquimia, la de Wittkop, que ofrece al lector la posibilidad de habitar un espacio hasta entonces yermo. A Lucien no le excita el cuerpo mortecino, no se procura un mero desahogo, no es presa de un instinto depravado. Él ama lo que representan esos cuerpos, la muerte misma como una amante perturbadora. Cuando ella, la muerte, la Peregrina, que llamó Alejandro Casona, va abandonando los cuerpos, Lucien ha de renunciar a ellos, aunque en ocasiones se resista hasta el riesgo y la desgracia. Mientras la muerte reside fresca en esos cuerpos, «no abrasan mi carne, la refrescan».

Además de trasgredir uno de los grandes tabúes de nuestra cultura, la necrofilia, Wittkop nos plantea el modo y alcance en el que los sucesos de la infancia se convierten en acontecimientos. Un jovencísmo Lucien se masturba cuando su abuela entra en la habitación para anunciarle la muerte de su madre. A partir de ahí, un engranaje moral y estético regido por lo lírico.

Traducido por Lydia Vázquez, la edición incluye seis sugerentes collages de la hija del Marqués de Sade, como fue conocida Wittkop, de una distinción llamativa, aciagos, sombríos, perturbadores. 

El Necrófilo, como La mort de C, está dedicado al gran amor de la autora, Justus Wittkop, homosexual como ella y desertor, veinte años mayor, con quien contrajo matrimonio. 

En tiempos bienpensantes, políticamente correctos, más serviles que incómodos, y taimados allí donde está prohibido serlo (la expresión artística), que se rescate una narración como la de Wittkop, la última escritora libertina, sin duda su libro más arriesgado y comprometido, supone una celebración.