Compartir en redes sociales

reina Roffé

Entrevista

22 Jun 2021

Reina Roffé, periodista y escritora

«Conversar es el arte de la seducción por antonomasia»

Esther Peñas / Madrid

Voces íntimas: entrevistas con autores latinoamericanos del siglo XX (Punto de vista), reúne un ramillete de algunos de los nombres indispensables para entender (nos) la narrativa, pero no solo la postmoderna, porque circulares son los tiempos de la lírica. Su autora, Reina Roffé (Buenos Aires, 1951) despliega un trazado de búsquedas en el universo de Borges, Ruy Pérez, Piglia, Bryce Echenique o Mujica Lainez, entre otros…

¿Qué se aprende de preguntar?

La forma de abordar temas difíciles y comprometidos sin provocar rechazo en el interlocutor. Es decir, a tener tacto, consideración por el otro. También a escuchar, a leer entre líneas, a interpretar. A volver a preguntar a partir de cada respuesta, más que del cuestionario preparado.

¿Cómo se sabe que una pregunta es una buena pregunta?

Cuando el interrogado se sorprende y, a la vez, se muestra complacido por esa pregunta que, quizá, nadie le hizo hasta ese momento y él o ella considera relevante y oportuna, distinta, además de esclarecedora. Le da pie a decir aquello que, por alguna razón, deseaba manifestar y nunca había dicho.

¿Cuánto de seducción tiene el arte de conversar?

Conversar es el arte de la seducción por antonomasia. Claro que depende de cómo y con quién una conversa o cuál es el objetivo de ese intercambio. Pero en todo diálogo en el que hay réplica, confrontación, acuerdos y disensos subyace el deseo, no de convencer o de imponer una verdad, sino el de seducir con la palabra inteligente, con una idea reveladora, con una asociación que nos lleve a otra y nos atrape en esa red amorosa donde el pensamiento actúa. El diálogo, como creía Borges, es lo más importante en la historia de la humanidad. Siempre es didáctico, enseña algo. En la medida en que hay otro interactuando, el conocimiento se ensancha. ¿Hay algo que pueda seducir más?  

¿Cómo se escoge al entrevistado?

A veces no se escoge. Pero cuando se puede, una busca entrevistar a personas que nos resultan admirables y despiertan curiosidad, interés intelectual.

De este puñado de (ilustrísimos) entrevistados, ¿cuál le sorprendió más y por qué?

Cubierta del libroBorges siempre fue sorprendente. Me conmovió observar que, para el hombre ya anciano, hablar, responder a las preguntas de sus entrevistadores era una manera de escribir, de decir aquello que ya no iba a poder registrar en sus artículos, en sus cuentos, en sus poemas. Era prolongar la vida y la escritura en charlas con todo aquel que quisiera sentarse un rato con él. También tenía un componente de índole afectivo, deseaba sentirse cercano a los demás. En las ocasiones en que tuve el privilegio de entrevistarlo profesionalmente -Borges ya tenía más de 80 años- me decía a mí misma: cómo es posible que alguien mayor y, además, ciego, viaje constantemente, dé tantas entrevistas y conferencias sin necesidad alguna. Entendí que buscaba interlocutores, ser escuchado más que admirado. Lo movía una gran necesidad de sentir amistad, como él decía, “esa íntima pasión de los argentinos, pasión redentora”. Por otra parte, yo tenía una imagen formada de ciertos escritores. Por su escritura expansiva, comunicativa, y porque él mismo siempre se me presentaba como un gran conversador, que lo es, un hombre que tiene sentido humorístico de la vida, creía que Bryce Echenique, caballero peruano de clase alta, tenía que ser una persona desinhibida, pero, de pronto, me confiesa que es fóbico social y me habla de su timidez, de sus temblores cuando tiene que compartir mesa y tiempo con gente poderosa o encumbrada. Hay entrevistas que pueden hacernos cambiar la idea que tenemos de ciertos personajes. Un amigo me confesó una vez que él nunca había leído a Manuel Puig, porque sus novelas, creía, eran folletinescas. Pero leyó mi charla y descubrió que Puig, cito a mi amigo, es la muestra de lo que el genio hace para no estar donde se lo busca, como diría la crítica Beatriz Sarlo hablando de Borges, porque inmediatamente se puso a leer las novelas de Puig y, entre otras cosas, advirtió que tanto sus personajes femeninos como, incluso, el homosexual de El beso de la mujer araña, desposeídos y preocupados por su identidad o, mejor dicho, por el rol social que se les había adjudicado, planteaban el problema de la libertad personal, nada menos. Es decir, Puig hablaba de cosas serias, observó mi amigo. Es increíble lo que puede hacer una interpretación sesgada, cargada de prejuicios. A mí también me sorprendió y me conmovió la conversación con Puig, sobre todo cuando dice que la mirada crítica de su padre seguía perturbando su presente, una mirada que logró paralizarlo de niño y que, luego, encontró en otras gentes, mirada oblicua, que juzga sin contemplaciones. 

¿De qué depende que una entrevista sea suculenta?

De varias cosas. En primer lugar, es necesario tener un conocimiento amplio de la obra del escritor o escritora. Única forma de mantener una conversación de interés para el lector común, pero también para el especializado. Procurar que hablen no de un libro en particular, el que acaba de salir, que muchas veces genera la entrevista, sino del conjunto de su obra en el espacio de tiempo que te han concedido. Hay dos tipos de entrevistas: las meramente informativas y las analíticas, que se adentran en la subjetividad e intimidad del entrevistado, indagan el desenvolvimiento de su labor creativa, los problemas que acarrea el oficio de la escritura, extraen una noción de la literatura, se convierten en revelación de algún enigma y ponen sobre el tapete los conflictos y debates que circulan, nos sitúan ante las preocupaciones de cada época y de cada momento. Se vuelven suculentas cuando logramos, como señala Elena Poniatowska, ofrecer un perfil o retrato del entrevistado y de su entorno, captar la esencia de una voz, capturar la verdad más íntima, si acaso esto fuera posible. En todo caso, la clave está en la profundidad de las preguntas. 

¿Qué entrevistado no pudo ser?

Silvina Ocampo, la escritora argentina, hermana de Victoria, mujer de Bioy Casares y amiga de Borges. Muy pocos lograron registrar sus conversaciones. Era muy esquiva, declinó siempre todo lo que implicara promoción o publicidad de su persona o de su labor creativa. En 1977, realicé mis primeras entrevistas a escritores/as para el semanario Siete Días. En aquel año, recuerdo haber entrevistado a Manuel Mujica Lainez y a Sara Gallardo. Pero a quien yo quería entrevistar con especial interés era a Silvina Ocampo. Se lo comenté al escritor Ulises Petit de Murat, que era muy amigo de la pareja, y él me llevó una tarde a tomar el té al piso de la calle Posadas, donde Adolfito y Silvina vivían en Buenos Aires. En esa reunión, me dirigí todo el tiempo a Silvina y lo que obtuve -nada desdeñable- fue una cita con Bioy. Cuando a los pocos días regresé para conversar con él (la entrevista se publicó en la revista Siete Días el 29 de julio de 1977), mi propósito era, además, arrancarle a Silvina el compromiso de una charla. Silvina, finalmente, aceptó y, según lo convenido, regresé a su casa una semana después. Me recibió con simpatía, pero me advirtió que no pusiera en marcha la grabadora. Primero quería conocerme. Por entonces, yo era una joven tímida de veintipocos años y, por tímida, algo enigmática, como me dijo Silvina. Así que hablamos de mí, de todo y de nada. La entrevista quedó aplazada. Y así sucesivamente. Visité su piso un par de veces más con el mismo resultado. Silvina se las ingeniaba para sacarme a la calle y pasear con ella a sus perros, mientras me indagaba con la misma habilidad y sapiencia deductiva de Miss Marple, el encantador personaje de Agatha Christie. Fue ella quien me entrevistó a mí.

¿Cómo se reconoce a un genio de un buen escritor?

Cuando hay innovación y el lector siente que esa obra ha sido escrita en estado de gracia.

¿Cuánto de espontaneidad tienen estos personajes?

Mucha. Ninguno de los entrevistados sabía qué le iba a preguntar y todas las entrevistas fueron grabadas. Tienen la magia de la conversación directa, la indefensión de quien piensa en el momento y se expresa al correr de ese pensamiento, de quien responde sin el tamiz que proporciona la escritura y permite elaboración y corrección. Ahora bien, la entrevista no es otra cosa que un discurso del yo, un discurso que debe ser intervenido por la voz que indaga. Es tal la intervención que la entrevista es, de alguna manera, una versión del entrevistador, que debe despojar el lenguaje de los ripios de la oralidad y de los saltos que hay en toda conversación. Es decir, debe ordenar el contenido con criterio. La transcripción de lo grabado, aunque se respete literalmente lo que dice el autor o la autora, no es más que una reescritura, una reconstrucción en la que se trabaja contra la espontaneidad en bruto, en procura de salvar la entrevista de ciertas ligerezas e imprecisiones o asuntos superfluos que, en vez de aportar, restan.

De entre los que aparecen en el libro, ¿por cuál de ellos siente especial admiración?

Cada uno de los autores que conforman Voces íntimas son para mí admirables. Pero no puedo ocultar que siento especial devoción por la obra de Borges. Quienes lo han leído, incluso aquellos que se resisten a hacerlo, no dejan de pensar en Borges, de hablar o contar anécdotas, de escribir sobre él y su exigua, pero proteica obra. Treinta y cinco años después de su muerte, sigue en boca de todos y en el imaginario de aquellos que, cada día, encuentran en sus cuentos y poemas, en sus breves ensayos, algo que no habían visto antes y les ha sido dado revelar ahora. Indudablemente, es el escritor argentino más notorio en el mundo. Ni el paso del tiempo ni la aparición de otros autores han ensombrecido la estela de su excepcionalidad. Tal vez sin sospecharlo, se convirtió en un interlocutor presente y activo, vibrante de actualidad, en un creador único que nos interpela de forma permanente.

¿Qué tiene la entrevista como género que tanto seduce?

Creo haber respondido, en parte, a esta pregunta. Añadiré que, para mí, es la vedette del género periodístico. Como decía Tom Wolfe, ofrece “una descripción objetiva completa, más algo que los lectores siempre tenían que buscar en las novelas o en los relatos: la vida subjetiva o emocional de los personajes”. Junto con la crónica, es de lo más literario que ha dado el periodismo. Pero también puede ser una ventana indiscreta, porque se ha convertido en una forma de exposición pública, seducir por ese exhibicionismo que a mí no me gusta y tanto enfada a muchos escritores, que se ven como objetos construidos por el entrevistador. Obviamente, prefiero las que son instrumentos de conocimiento, de apertura hacia el quehacer artístico, las que rescatan del olvido episodios que los historiadores pasan por alto.

¿Hasta qué punto es necesario conocer la parte biográfica de un autor para entender su obra?

No es esencial, pero ayuda. Resulta un complemento que puede esclarecer ciertos puntos oscuros de una obra.

¿Cómo detectar la línea limítrofe que separa la información interesante del amarillismo?

Cuando la línea se dobla y cae en la banalidad, busca el escándalo, es puro chisme y falsedad, malversación y daño. Las fake news actuales son el colmo del amarillismo. No hacen más que alarmar y confundir, alimentan lo peor que hay en el ser humano o en ciertos seres humanos propensos al fanatismo, la injuria, el odio, que se montan en el barullo que suscita una mentira por pura sed de destrucción.

¿Cuáles fueron sus maestros a la hora de preguntar?

Para no hacer una lista, diré que, cuando era muy joven, leía con mucho interés las entrevistas que hacía una periodista uruguaya, muy conocida en el Río de la Plata, María Esther Gilio. Marcaron rumbo. Las conversaciones con Juan Carlos Onetti, el escritor que se exilió en Madrid, son absolutamente deliciosas. Supongo que no le fue fácil entrevistarlo, se trataba de otro esquivo, de un discutidor de lengua filosa, de talante poco o nada comunicativo, que no siempre estaba disponible. Pese a todo, ella fue capaz de extraer un material muy valioso, muchas de sus conversaciones están incluidas en la biografía Construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti.