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Parte del colectivo Homo Velamine (Anónimo en el centro)

Entrevista

13 Nov 2018

Anónimo, integrante de Homo Velamine

“La provocación no tiene bando”

Esther Peñas / Madrid

Homo Velamine es un colectivo ultrarracionalista. Dicho así, pareciera que estuviéramos ante un grupúsculo filosófico-oscurantista. NO. Según la ley de las atracciones, se sitúa escorado a la izquierda, aunque observa con interés a sus contrarios, que no lo son tanto. Sin miedo al fondo de la sombra, interviene para recordarnos los límites y peligro de ser impermeables al razonamiento. Anónimo es uno de sus integrantes.

¿Qué es lo que denuncia el humor?

Déjame ir un paso atrás. Homo Velamine, en sí no es un colectivo que trabaje desde el humor; nuestras teorías de la ironía lo que dicen que es llega un punto en el que realidad y ficción se mezclan, y por tanto qué es humor y qué seriedad, también. Tratamos de forma muy seria temas que llegan a adquirir por sí mismas un nivel de ridículo que resultan cómicas, pero nuestra intención es señalar problemas, denunciar cosas, pero no necesariamente por medio del humor.

Sois ultrarracionalistas. Uno puede encontrar una razón para hacer cualquier cosa que le venga en gana, eso decía Franklin. ¿Así nos va?

Sí. Si analizas cualquier discurso desde ese punto de vista, los artículos, los mensajes de cualquier persona están filtrados por la ideología y, a partir de ahí,  los adaptas a tu convencimiento previo del mundo. Por eso una noticia objetiva es interpretada de distintas manera.

¿Y si el problema no estuviera tanto en la ideología como en la sentimentalización del discurso?

Sí, puede ser… nos gusta decir que el pueblo está dirigido por las emociones más que por la razón. Creemos que hemos construido una sociedad basada en la razón, ese es el mito de la Ilustración, pero nuestros cimientos son las emociones y sentimientos.

Cuando se le pide al pueblo que alce la voz, ¿lo hace?

Lo hace todo el rato. A través de internet, por ejemplo. Se le da la capacidad de expresarse y ¿qué pide? Lo primero, restringir la libertad de expresión. Ese clamor del pueblo para que se censuren determinadas cosas e informaciones en las redes sociales es muy sintomático.

¿Dónde colocarías el límite, si es que ha de haberlo, para la libertad de expresión?

En el respeto, pero un respeto no demasiado cerrado e incluso que se pueda transgredir para evidenciar problemas. El problema es que hay que tener en cuenta muchos factores. Por ejemplo, puedo hacer un chiste de negros porque los que me conocen saben que no soy racista, pero no todo el mundo tiene que saber que no soy racista. Es una respuesta difícil, dependerá del contexto, de quién habla, quién es el interlocutor, etc.

¿A los españoles se nos conoce bien a través del ideario ultrarracionalista?

Hemos desarrollado la teoría de la meseta, entendida como recreación metafísica de España, y tratamos los temas de España.

El despliegue de la colosal bandera de España durante la manifestación del 8 de marzo, vuestras camisa con la estampa de Esperanza Aguirre en la que se leía ‘FEA’ (acrónimo de Feministas con Esperanza Aguirre)… particularmente, ¿de qué intervención te sientes más orgulloso?

Como colectivo reclamamos el mundo antiguo, así que mencionaré la imitación y homenaje que hicimos a una película de Neville, de 1950, ‘El último caballo’, en la que Fernando Fernán Gómez tiene un caballo en un Madrid tomado por los automóviles, le ponen multas por atarlo a una farola, va a llevarlo a un establo ahora convertido en garaje de camiones. Harto, corta la Gran Vía, al grito de “¡Abajo la vida de gasolina y ruido!”. Imitamos eso con más sosiego, en el mismo punto de la Gran Vía, 55 años después. En un momento que coincidió con los atentados de París, por lo que había un exceso de seguridad, y en menos de treinta segundo llegó una lechera y un grupo de policías para disolvernos. Era una protesta burguesa, no queríamos enfrentarnos a la policía. Duró muy poco, pero en el vídeo que montamos pareció una hazaña. Es la cultura del espectáculo, lo que importa es lo que cuentes.

¿Eso no es de un cinismo absoluto?

Es lo que ocurre, lo que hay.

Ya, pero…

Es la realidad, es la idea de Guy Debord de la sociedad del espectáculo. Podemos luchar contra ella desde una postura antiespectáculo o meternos dentro de él y jugar con nuestras armas.

Introducir la alteridad allí donde se quiere un cambio…

Eso es. El espectáculo funciona así y si no juegas sus normas, si apelas a la razón, a los mensajes largos, etc., llegas a poca gente. Pero basta una foto icónica, un titular de lo que quieres decir, para llegar a mucha gente. 

¿Alguna vez habéis sentido miedo en las intervenciones?

Todas las veces. Más o menos infundado, pero siempre. En ‘feministas con Esperanza Aguirre’ la intervención la iba a hacer un grupo feminista, pero no pudo. Cuando actuamos estamos fuera de nuestro contexto. Esperanza Aguirre presentaba su libro, imagínate el público, gente mayor, llena de perlas gigantes, con corbatas y alfileres de oro, abrigos de visón… unas jóvenes no pegaban nada. Tú sabes que no pegas en el contexto, y desde ahí es difícil actuar;  al final no pudieron hacer y dos miembros de Homo Velamine lo hicimos. Cuando fuimos a la sede del PP, también nos costó sacar las pancartas, ‘Hipster con Rajoy’ pero, en un momento determinado, nos dieron una bandera de España y ya no había vuelta atrás. Y, parate del miedo, a veces hemos tenido problemas. Y serio. El día de la bandera del 8 de marzo, cinco personas me dieron una paliza… 

¿Pensando que eras facha?

Sí, los que me pegaron eran de izquierdas, cinco hombres, tapados, con capucha, pensaban que aquello era una provocación fascista. Cuando me vieron no entendían qué pasaba porque mi aspecto (medio homosexual, medio hipster, con una peluca morada) les desconcertó. Cuando vieron que la cosa se les había ido de las manos pararon.

Durante esa intervención yo estaba allí, junto delante de esa enorme bandera española con el lema “Viva España feminista’. A su paso, había gente que silbaba, que aplaudía… ¿Os importa que se entienda el hecho en sí o solo romper la inercia?

La cuestión es evidenciar este apego al grupo, a la ideología. ¡Por qué puede indignar un mensaje como ‘España feminista’ sobre una bandera española? Por el poder de los símbolos. Con ello estamos demostrando nuestra cerrazón mental. Fue interesante escuchar los cánticos que se alternaban al ver la bandera, las caras de desconcierto de la gente. Fue enfrentar al pueblo con sus propias convicciones. Y si somos seres racionales, como nos gusta definirnos,  deberíamos ser capaces de cuestionar esos símbolos.

Esa quizás la intervención más compleja que habéis realizado. ¿Cómo se os ocurrió?

Habíamos hecho algo similar a pequeña escala. Javier Sanromán estaba rodando un documental sobre los símbolos nacionales y su carga ideológico, y colaboramos con él. 

Si a la gente no se le dijera qué pensar, ¿pensaría por sí misma?

Nosotros no pensamos eso, porque realmente la gente no creo que el pueblo tenga ganas de meterse en asuntos elevados, piensa en tener una lavadora, en estar tranquilo. Una vez que tiene eso, pan y circo, sólo empieza a pensar de verdad cuando ve esas cosas amenazas, si no, no se preocupa de la política, el medio ambiente, etc. Aristóteles ya dijo que hay gente que quiere ser gobernada y gente que aspira a gobernante. El pueblo no tiene tiempo, bastante con ocuparse de su vida diaria, hacer la compra, cuidar de sus hijos…

Como colectivo, ¿cómo os organizáis, quién propone qué cosas, existe algún tipo de jerarquía?

Como esto es muy libre, cada uno propone ideas y, si gustan, se llevan adelante, coordinadas de algún por quien las propuso. Nos contamos lo que hacemos para no pisarnos pero estamos muy deslocalizados, así que trabajamos a través de internet. 

La gente entrañable, ¿realmente lo es?

Sí, de ahí esta publicación nuestra, ‘Gente entrañable’, esa gente súper maja de vecinos, que te da sal, te ayuda a subir las bolsas, pero que, cuando tienen anonimato, expresan su odio hacia lo ajeno, un odio brutal. De nuevo, la adhesión al grupo y a la ideología. Yo soy de estos y voy contra aquellos, y no se plantean que el otro tiene sus razones. Piensa en el tema de la homosexualidad, tan potentes son los movimientos progresistas para dar más voz al colectivo como lo es, para una persona religiosa, decir que son desviados. Es perverso, pero ambas tienen razones poderosas para pensar así.

No sé si perverso, pero sí relativista…

Sí, es un relativismo tan gran de que te puede hacer perder el norte y la visión de hacia dónde tendría que ir el mundo. Pero hay que mirar desde fuera, aunque estemos, claro, del lado del colectivo LGTB. 

¿Nunca habéis pensado alguna acción conjunta con otros grupos afines? Parece que cada colectivo actúa por su cuenta, como una guerra de guerrillas.

Lo hemos intentado pero es muy difícil, nuestro mensaje es complicado de entender, está diseñado para ser así, no se pone de una u otra parte, no toma posición por nada, de ahí su perversidad. Hay otros colectivos que nos interesan, como Enmedio, de Barcelona, o Yolanda Rodríguez. 

¿Una provocación puede ser conservadora?

En la época de internet sí puede haber cosas muy provocadoras de ese lado. Pienso en Salvador Sostres, un tipo infumable pero que provoca, aunque no creo que se crea las cosas que dice. Cundo murió Labordeta, como era un tipo que reivindicaba el campo, Sostres, para quitarle la razón, propuso urbanizar toda España. Es una idea loca, que ni él mismo se cree, para alabar las ciudades. La provocación no tiene bando.

¿Cada vez es más difícil provocar?

Creo que ahora provocan otras cosas. Homo Velamine tiene muy presente las Memorias de Buñuel, cuando los surrealistas eran provocadores.

Hay un grupo surrealista de Madrid en activo, hay muchos grupos surrealistas en activo, en realidad…

Pero el surrealismo es muy del siglo XX…

¡Qué va! Los surrealistas de Madrid, que conozco bien, están en activo, frescos, lozanos y con una deliciosa capacidad activista.

Nosotros estamos muy cerca de Debord, que era, como sabes, situacionista, y él renegó del surrealismo posterior al de 1924, lo daba por muerto. Y había que fundar algo nuevo. Y él fundo la Internacional Situacionista. Después, en 1972, la desfundó. Bretón, en un momento dado, se lamentaba de que la provocación era cada vez más difícil. Pero es que había que provocar con otras cosas. Los Sex Pistols son pura provocación. Y hoy en día se puede seguir provocando, pero hay que buscar las grietas en las que el pueblo no está dispuesto a aceptar según qué cosas.  

Me llama la atención la terminología. La palabra, el concepto pueblo, que tanto reivindicáis. 

Lo de pueblo viene del auge de Podemos, que nos gusta. Podemos quiere dar voz al pueblo, pero el pueblo no quiere lo que Podemos dice que quiere, por eso el pueblo vota al PP. La gente si tiene voz pide cadena perpetua, que el contrario no se pueda manifestar… 

¿Cómo se localizan esas grietas de las que hablas?

En la ideología, en lo que la gente no está dispuesta a aceptar. El feminismo ha dado un giro muy inflexible hacia cualquier crítica, y eso lo hace objetivo para tener esas grietas. No asimila muchas contradicciones en las que puede caer. El PP y la derecha son pura contradicción, no hay por dónde cogerlo.

¿Duele más la incomprensión de los propios? Esa incomprensión de la izquierda, ¿es por falta de sentido humor o por estrechez de miras?

Por estrechez de miras, creo. Es duro darse cuenta de esto, e que los afines a ti no te comprenden.

¿Las ganas de provocar se curan con la edad?

Creo que no, pero en el fondo sí, como decía Breton. No, no se curan pero hace falta estar muy despierto para ver cuáles son las nuevas zonas de provocación. Hay ejemplos, como Isidoro Valcárcel.

Es una provocación muy sutil la suya…

Sí, pero sigue despierta, y ejemplos como él hay que seguirlos.

¿Internet es un freno para la participación ciudadana?

Se habla de clickactivismo… creo que la gente que va a hacer cosas las harás con o sin internet, una manifestación, montar un colectivo, cualquier iniciativa… internet permite llegar a gente afín. Y la gente indolente, lo será con o sin las redes sociales.