Compartir en redes sociales

Menéndez

Entrevista

8 Feb 2024

Fernando Menéndez, poeta

«Lo que más me atrae del poema es su disidencia en su relación con el lenguaje y con el mundo, empezando por la lentitud»

Esther Peñas / Madrid

Ni el número ni el orden (Dilema) es un poemario que saca a bailar al lenguaje, permite que sea él quien (lo que) se exprese, que el brote que surja por entre los versos sea la propia expresión, contorsionada, extraña, lúcida, desconcertante. Sin otro referente que la propia poesía, Fernando Menéndez (Oviedo, 1966) sabe que solo del error, del fracaso, puede hacerse la luz de lo poético, al tiempo que es consciente de que siempre hay una hendidura (un tajo) que resquebraja, siquiera un instante, lo indecible. 

Si no es el orden ni el número, ¿es el tono, la música, el contenido?

En mi caso, y más en concreto en el caso de este libro, la música. En particular, el ritmo. Creo que debe ser una de las ocupaciones principales del poema: encontrar un ritmo. Y acompañarlo con el tono adecuado. En esa búsqueda ha de ocuparse el poeta, en armonizar ambos aspectos. En cuanto al contenido, no niego que sea importante, pero pienso un poco como afirma Eduardo Milán: «el tema del poema es el poema».

«Imaginarme/ el sabor/ del agua/ fría». ¿El poema tiene más de deseo o de recuerdo?

No niego que la memoria y los deseos formen parte del sustrato, del humus de un poema. Ignorarlo sería absurdo, pero veo el poema más como una voz o una modulación que se desmarca del discurso común y consensuado. Lo que más me atrae del poema es su disidencia a la hora de relacionarse con el lenguaje, y por extensión, con el mundo, empezando por la lentitud. La poesía es lenta. Por definición. Diría que por necesidad.

«Los capiteles/y/la noche/ inabarcable». «Tupida/ de/ pasos/ como/ ramas». ¿Condiciona al poema ser escrito de noche o de día?

No en mi caso, la verdad. Lo que sí creo es que, por tono o estilo, puede haber una poesía más nocturna: digamos, por ejemplo, la de Baudelaire; y otra más de la aurora: digamos, por ejemplo, la de Whitman. Aunque esto que digo no deja de ser una mera especulación por mi parte.

La disposición de los poemas recuerda a las columnas de los estilitas. ¿Cuánto de anacoreta conserva el poeta?

Qué imagen más bonita y expresiva esa que utilizas. Gracias. No creo que escribir poesía tenga que llevarte al extremo de ser un anacoreta, aunque desconfío a la vez de ese populismo bien intencionado de «la poesía en vaqueros». Creo que el poeta, como cualquier creador, necesita la soledad para trabajar; la tranquilidad suficiente para interpelarse consigo mismo y con su entorno sin otra mediación que el lenguaje.

¿Cuáles son «los nombres tontos»?

Los vacíos, los falsos, los inapropiados, los repetidos, los ostentosos, los ruidosos, los fáciles…

Para sentir asombro en vez de costumbre, ¿qué disposición de ánimo se requiere?

El asombro va estrechamente ligado a la escritura. Escribir desde la repetición, desde el resabio, desde la costumbre podrá generar textos que, desde el punto de vista técnico, sean impecables, pero totalmente inertes. Escribir poesía, al menos como la concibo, requiere mirar las cosas como si fueran inéditas, nuevas, extrañas. El tiempo te ayuda a que sea así. Realiza su trabajo.

Cubierta del libro«Tocábamos la rama». El poeta, ¿qué rama alcanza?

Pues si alcanza alguna ha de ser la de la perseverancia; la de esa terquedad que te empuja a seguir intentándolo.

¿Qué nos enseñan los «pálpitos de perspectiva»?

La expresión, fuera del contexto del poema, puede interpretarse como una anomalía o una asociación inesperada. Pero dentro de un poema que, por definición, es anómalo, «pálpitos de perspectiva» apela, creo, a que la mirada con cierta distancia también puede experimentarse como proximidad y como algo orgánico.

«Despoblado de posibilidades», ¿uno comienza o deja de escribir?

Diría que la indefensión es un acicate para la escritura poética. Me cuesta ver una escritura fruto de la satisfacción. Existe y puede ser formalmente impecable, pero la veo más como el acta de un proceso o de un estado.

¿Conviene que los que sucede suceda «a título de inventario»?

La conveniencia, en este caso, no es optativa. Me da la impresión. El inventario es una lista, una enumeración. Y sin posibilidad de agudeza o profundidad. Quiero pensar que la poesía se rebela contra eso. Puede ser un recurso, pero la expresión poética está, entre otras cosas, para darle relevancia y peso específico. Pienso, por ejemplo, en alguno de los poemas de Borges.

¿En qué casos se aconseja «interrumpir la escasez»?

La escasez en el ámbito vital, social, humano debe evitarse a toda costa. La escasez en lo poético, paradójicamente, puede llegar a ser fértil. Entendida esa escasez como sobriedad, economía de recursos.

La «luz de duelo», ¿quema, repara, acompaña, descubre..?
 
Quema, repara, acompaña, descubre… Todo eso a la vez, como bien dices. Y alguna cosa más que podríamos añadir. El duelo es un proceso vital, casi la única forma de vivir mientras dura. Y la luz que emite es su caligrafía. No es tanto si es tenue, débil o intensa. Se trata más bien de que es única e inevitable. Y con eso hay que vivir.